martes, 1 de abril de 2014

LOS CAUDILLOS


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Ensayos electorales Federico Rosado Periodista y catedrático.
Cruce de superhombre y bufón, el caudillo hace y deshace a su antojo... se comunica directamente con su pueblo a través de la demagogia, la retórica y espectáculos pasionales de entraña mágico-religiosa. (Mario Vargas Llosa)
La historia electoral peruana está infestada de caudillos.
En las provincias, y ahora en las regiones, la presencia de estos “caciques” es, tal vez, más notoria, y ellos configuran movimientos en los que son amos y señores.
El caudillo nace en una organización que puede ser religiosa, militar, educativa, deportiva, sindical, vecinal, empresarial, mediática.
Aunque no es el caso, pero también puede tener una raíz delincuencial, una especie de Robin Hood contemporáneo.
El caudillo se rodea de círculos que hacen imponente su figura. Como es obvio, no hay caudillo sin seguidores; hay entre ellos una interdependencia, una mutua necesidad.
Es bien peruano querer un caudillo: alguien que haga, hable por nosotros, que solucione todo, porque nosotros no tenemos tiempo, estamos trabajando. El primer círculo que lo rodea lo conforman los ayayeros o sobones, cuya misión es una permanente alabanza, conllevando al caudillo a un mesianismo alucinado.
El cómico Tulio Loza retrató perfectamente al sobón en la parodia de “Camotillo el Tinterillo”, nos referimos a Piquichón.
En los últimos años se observa una variedad evolutiva de este primer círculo, aunque debe advertirse que se trata de una tercerización clásica, es decir, un grupo que se alquila para vitorear, arengar, hacer marchas para el caudillo. A éstos se los conoce como los cargadores. Esto ha cambiado la lógica del caudillo.
El caudillo tiene un horizonte de vida, relativamente corto, salvo excepciones y vía la tiranía.
Llegado a su fin político, no solo el caudillo desaparece, sino también su movimiento.
¿Y qué sucede con sus seguidores? Lo más probable es que busquen otro caudillo.
Ya no ocurre ello, los neoayayeros, o sea los cargadores, se han independizado y alquilan sus servicios.
El caudillaje resulta rentable, igualmente, dado que en un proceso electoral se someten a votación cargos distintos.
Si el caudillo tiene un ámbito regional, ello atraerá a candidatos a alcaldes provinciales, distritales (súmese regidores), consejeros regionales.
Así se produce la venta-compra de candidaturas, con la promesa que el poder electoral del caudillo arrastre votos a los clientes.
El ocaso del caudillo es el de una soledad relativamente envidiable, pues si bien ya no tendrá piquichones o cargadores, sí gozará de lo captado cuando usufructuó del poder. Una duda final: ¿existen caudillos buenos?

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