sábado, 28 de octubre de 2017

9 de octubre: El Día de la Dignidad Nacional

“Es posible que esta inabdicable decisión de independencia nos obligue a enfrentar dificultades y riesgos que de otro  modo podrían no existir”
(Juan Velasco Alvarado. Mensaje a la nación, 28 de julio de 1970)
Escribe: Juan Archi Orihuela.
 El 3 de octubre de 1968 las Fuerzas Armadas dieron un nuevo golpe de Estado, hecho tan constante en la historia del Perú republicano. La gran mayoría del país, que a lo largo del siglo XX fue testigo de una serie de dictaduras militares que datan desde los inicios de la república, no se inmutó ante tal hecho; más aún la idea de que la democracia representativa se vea vulnerada una vez más no era una cuestión primordial en la agenda política del movimiento popular porque, ya sea en democracia así como en dictadura, las condiciones materiales de existencia para las grandes mayorías se mantenían y se legitimaban por la reproducción de las relaciones serviles que emanaba de la hacienda.
Por ello el derrotero político por el que venían transitando las luchas populares apuntaba a otras formas de poder y de organización, a saber, el movimiento obrero (incipiente a principios del Siglo XX) las tomas de tierras por el movimiento campesino (focalizadas en espacios regionales y de clara confrontación contra el poder gamonal) y la insurgencia armada de las guerrillas, animada por el Ejército de Liberación Nacional (ELN) y el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR).     
Pero el día 9 de octubre el nuevo régimen militar que se autoproclamó revolucionario dio muestras de que la dictadura militar instaurada hace unos pocos días no era más de lo mismo. La medida política adoptada fue la expropiación de la IPC (International Petroleum Company) que venía explotando el petróleo de los yacimientos de “La Brea y Pariñas” (Piura), sin título legal alguno y ejerciendo un monopolio en desmedro de los intereses de la nación. Tal día, 9 de octubre, fue declarado como el Día de la Dignidad Nacional, porque el Perú no sólo recuperaba sus recursos controlados por el imperialismo norteamericano, sino que orientaba una política contra aquella dependencia económica que impide un desarrollo, no sólo económico, sino también cultural del país en su conjunto. El filósofo peruano Augusto Salazar Bondy llamó a tal situación y condición socio-cultural del país como el problema de la reproducción de una cultura de dominación que impide la constitución de la nación.
Por eso la reproducción ideológica del nuevo gobierno de las Fuerzas Armadas acentuó el nacionalismo en función de un proyecto de país, signado y orientado en el conocido Plan Inca.
La dignidad nacional que el Perú le arrancó a su historia republicana pre-velasquista no sólo se focalizó en la recuperación del petróleo para los intereses de la nación, sino que también marcó una política internacional en el continente, a saber, la lucha por la autonomía nacional de los Estados dependientes económicamente del imperialismo norteamericano.
Durante la década del 70 en Latinoamérica, gobiernos como el de Panamá (con Torrijos), Bolivia (con el Gral. Torres) y del Ecuador (con el Gral. Rodríguez Lara) anunciaban un rumbo de gobiernos nacionalistas en el continente.
A corto plazo el Perú animó el Pacto Andino en el continente, así como participó en el eje de los Países No-Alineados para generar un bloque de poder continental. Además el día de la  dignidad nacional, en el plano económico, implicaba encarar a corto plazo el necesario problema de la soberanía nacional. Por eso el Perú durante el Gobierno del Gral. Juan Velasco Alvarado contó con una poderosa Fuerza Armada moderna, nunca antes vista en su historia republicana, que le permitió alcanzar el liderazgo del poder militar disuasivo en el continente latinoamericano.
Sin embargo tal derrotero nacionalista entró en contradicciones en cuanto a su estructura de poder, no sólo en lo ideológico, sino en la correlación de fuerzas que ejercen las clases sociales en su estructura material. En su momento tal problema fue observado por el  historiador Pablo Macera, quien en 1972 anotó lo siguiente: 
“El Ejército Peruano ha olvidado que el apetito se despierta comiendo, y lo quiera o no está contrayendo un compromiso muy profundo con las masas populares ¿Cuándo y cómo podrá cumplirlo? ¿Qué ocurrirá si no lo hace?”
Ese compromiso profundo es la democratización de la sociedad en su conjunto que se impulsó con la medida más democrática del régimen, a saber, la Reforma Agraria (24 de junio de 1969). Por eso no es casual que tal hecho histórico sea motejado (no sólo por sus consecuencias, sino por el hecho mismo) por quienes han venido contraponiendo ideológicamente un discurso liberal de derecha al nacionalismo reformista de las Fuerzas Armadas.
Para ellos la crítica al autoritarismo del militarismo velasquista no apunta a los temas de fondo sino a las cuestiones de forma, a saber, la institucionalidad democrática. El contenido de esa institucionalidad democrática implicó en la práctica, del ejercicio del poder Estatal, que la democracia representativa consienta las relaciones de esclavitud durante el siglo XIX y defienda y reproduzca el servilismo y la semi-feudalidad del poder de las haciendas durante el siglo XX.
Más aún aquel régimen militar reformista fue visto por quienes perdieron privilegios de clase y de poder económico como una prolongación de sus miedos. Tal paroxismo a la larga hizo que se olvide el 9 de octubre como el Día de la Dignidad Nacional.
Históricamente el 9 de octubre no debe quedar en el olvido. Es necesario recordar que el Perú alcanzó, transitoriamente, su dignidad como nación. Esa “promesa de la vida peruana” de la que siempre se hacen exégesis retóricas para la plaza y el salón, tiene sentido si se toma en cuenta la dignidad, la dignidad nacional que permite el poder, y que radica en el poder político para dirigir un país como una nación: La defensa de los intereses nacionales.
Actualmente el Perú transita por el derrotero instaurado por el neoliberalismo en el que los intereses nacionales se supeditan a los intereses privados de las transnacionales. La recuperación de esa dignidad debe estar en la agenda del movimiento popular, ya que la dignidad nacional es el sustento moral de las grandes mayorías que aún anhelan un nuevo país en el que la democracia no sea sólo un significante, sino una acción práctica, a saber, la conquista de la justicia social y de la dignidad nacional.  (lomaterialyloideal@hotmail.com)    


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