sábado, 1 de febrero de 2014

¿Festejar qué?


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Por: Rafael Belaunde Aubry
El 28 de agosto de 1929 el Perú recuperó Tacna con sus doce millas de mar territorial y con un poten­cial para proyectarse mar aden­tro en el futuro.
En 1947, Chile reclamó para sí las aguas encerradas por el perímetro constituido por la línea de su costa y una línea imaginaria paralela a esta y ubicada 200 millas mar aden­tro. Implícitamente, esa decla­ración equivalía a declarar que los extremos libres de las líneas paralelas se unirían mediante perpendiculares y, en el caso de la colindancia de Chile con el Perú, la perpendicular equi­valdría casi a un paralelo que cruzaba, diagonal, las orillas tacneñas.
Al secundar la iniciativa chi­lena de reclamar doscientas mi­llas, el Perú no tuvo la entereza para encarar el problema de la superposición marítima que la declaración chilena implicaba. Optó, entonces, el gobierno del Dr. Bustamante por un anodi­no disimulo. Digamos que se dejó en el limbo un asunto es­pinoso. Imagino, por compara­ción, cuan airada hubiera sido la reacción de Chile si el Perú hubiera osado formular una declaración que implicara cer­cenar en dos las aguas frente a Arica.
Sea como fuere, Chile supo entonces que debía aprovechar la falta de firmeza peruana; que era cuestión de perseverar di­plomáticamente para empujar un poco más su causa. Y avan­zo sin mucho esfuerzo. Pasados escasos siete años, en 1954, siendo presidente de la Repú­blica el usurpador y fraudulen­to general Odría, el Perú sus­cribió un convenio de pesca en uno de cuyos puntos se alude al paralelo como límite marítimo, a pesar de no existir tratado es­pecífico sobre la materia. La in­verosímil torpeza peruana es el sustento que utiliza la corte de La Haya para afirmar que estos dos países reconocían, inclu­so antes de la suscripción del convenio de marras, el paralelo como límite marítimo.
Durante la segunda mitad del siglo XX, los derechos eco­nómicos de los Estados ribere­ños se extendieron hasta las doscientas millas, en gran me­dida gracias a los esfuerzos y a las iniciativas internacionales promovidas por el Perú, Chile y Ecuador. Pero si sumamos fuerzas para extender hasta las 200 millas nuestros derechos sobre el mar, ¿por qué no hubo equidad entre nosotros al pro­yectas desde la costa los límites marítimos entre nosotros? ¿Por qué no exigimos desde el prin­cipio la bisectriz como lindero? ¿No era eso lo equitativo? ¿No sabían nuestras autoridades que el bisector divide un ángulo en dos partes iguales? ¡Euclides lo demostró 300 años antes de Cristo!
¿Por qué no pudimos mante­ner intacta a Tacna, tal como se la recuperó en 1929, con sus eventuales derechos potencia­les incluidos? ¿Por qué un sec­tor de su litoral ahora es seco si no lo era el 29? ¿Por qué es Chi­le y no el Perú el beneficiario del grueso de las riquezas marinas frente a sus costas? Dejémonos de estupideces: no es pertinen­te festejar. Tacna, en todo caso, no tiene nada que festejar.
En La Haya, el Perú ha recu­perado únicamente la porción menos significativa de lo que perdió debido a las torpezas del pasado. Hemos apelado a la justicia internacional para tratar de enmendar, aunque sea en parte, un inaudito daño parcialmente autoinflingido. La gallarda y lucida actitud de Bá­kula, ya fallecido, de Wagner, de Rodríguez Cuadros contra­rresta en algo la ineptitud de varios antecesores. Estos em­bajadores sí supieron antepo­ner los intereses permanentes del Estado a los apremios co­merciales del momento. Así han salvado el honor de la Canci­llería.
Ojalá que este triste y dramá­tico episodio sirva para enten­der que los Estados no tienen hermanos, ni amigos, ni veci­nos solidarios. Entre ellos no hay idilios, como sugirió un eu­fórico García respecto al Ecua­dor hace algún tiempo.
Los Estados sólo tienen inte­reses.
La sentencia de la Corte de La Haya debe acatarse con resig­nación y punto. La vergüenza no es motivo de festejo. Tacna merece más respeto.

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