El
28 de agosto de 1929 el Perú recuperó Tacna con sus doce millas de mar
territorial y con un potencial para proyectarse mar adentro en el
futuro.
En 1947, Chile reclamó para sí las aguas
encerradas por el perímetro constituido por la línea de su costa y una
línea imaginaria paralela a esta y ubicada 200 millas mar adentro.
Implícitamente, esa declaración equivalía a declarar que los extremos
libres de las líneas paralelas se unirían mediante perpendiculares y, en
el caso de la colindancia de Chile con el Perú, la perpendicular
equivaldría casi a un paralelo que cruzaba, diagonal, las orillas
tacneñas.
Al secundar la iniciativa chilena de
reclamar doscientas millas, el Perú no tuvo la entereza para encarar el
problema de la superposición marítima que la declaración chilena
implicaba. Optó, entonces, el gobierno del Dr. Bustamante por un
anodino disimulo. Digamos que se dejó en el limbo un asunto espinoso.
Imagino, por comparación, cuan airada hubiera sido la reacción de Chile
si el Perú hubiera osado formular una declaración que implicara
cercenar en dos las aguas frente a Arica.
Sea como
fuere, Chile supo entonces que debía aprovechar la falta de firmeza
peruana; que era cuestión de perseverar diplomáticamente para empujar
un poco más su causa. Y avanzo sin mucho esfuerzo. Pasados escasos
siete años, en 1954, siendo presidente de la República el usurpador y
fraudulento general Odría, el Perú suscribió un convenio de pesca en
uno de cuyos puntos se alude al paralelo como límite marítimo, a pesar
de no existir tratado específico sobre la materia. La inverosímil
torpeza peruana es el sustento que utiliza la corte de La Haya para
afirmar que estos dos países reconocían, incluso antes de la
suscripción del convenio de marras, el paralelo como límite marítimo.
Durante
la segunda mitad del siglo XX, los derechos económicos de los Estados
ribereños se extendieron hasta las doscientas millas, en gran medida
gracias a los esfuerzos y a las iniciativas internacionales promovidas
por el Perú, Chile y Ecuador. Pero si sumamos fuerzas para extender
hasta las 200 millas nuestros derechos sobre el mar, ¿por qué no hubo
equidad entre nosotros al proyectas desde la costa los límites
marítimos entre nosotros? ¿Por qué no exigimos desde el principio la
bisectriz como lindero? ¿No era eso lo equitativo? ¿No sabían nuestras
autoridades que el bisector divide un ángulo en dos partes iguales?
¡Euclides lo demostró 300 años antes de Cristo!
¿Por
qué no pudimos mantener intacta a Tacna, tal como se la recuperó en
1929, con sus eventuales derechos potenciales incluidos? ¿Por qué un
sector de su litoral ahora es seco si no lo era el 29? ¿Por qué es
Chile y no el Perú el beneficiario del grueso de las riquezas marinas
frente a sus costas? Dejémonos de estupideces: no es pertinente
festejar. Tacna, en todo caso, no tiene nada que festejar.
En
La Haya, el Perú ha recuperado únicamente la porción menos
significativa de lo que perdió debido a las torpezas del pasado. Hemos
apelado a la justicia internacional para tratar de enmendar, aunque sea
en parte, un inaudito daño parcialmente autoinflingido. La gallarda y
lucida actitud de Bákula, ya fallecido, de Wagner, de Rodríguez Cuadros
contrarresta en algo la ineptitud de varios antecesores. Estos
embajadores sí supieron anteponer los intereses permanentes del Estado
a los apremios comerciales del momento. Así han salvado el honor de la
Cancillería.
Ojalá que este triste y dramático
episodio sirva para entender que los Estados no tienen hermanos, ni
amigos, ni vecinos solidarios. Entre ellos no hay idilios, como sugirió
un eufórico García respecto al Ecuador hace algún tiempo.
Los Estados sólo tienen intereses.
La
sentencia de la Corte de La Haya debe acatarse con resignación y
punto. La vergüenza no es motivo de festejo. Tacna merece más respeto.
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