Escribe: Claudia Cisneros.
El
poder político está capturado por profesionales del deshonor, la mentira, el
negocio oscuro, los privilegios de clase y argollas de poder. Es casi imposible
esperar que las cosas en el Perú empiecen a cambiar con las estructuras
políticas que actualmente (des)componen el tejido social. La derecha no
entiende ni quiere entender que el indicador económico no es señal de
desarrollo. Su obsoleta mirada del mundo les impide incorporar conceptos de
acortar brechas de desigualdad, mejorar la distribución, trabajar por objetivos
de equidad y mayor participación política y cívica de las personas, de su mejor
educación y formación.
Y
es sencillo entender por qué no les interesa actualizarse respecto de este
sentido común de primer mundo. Y es que quienes controlan el poder político y
económico en el Perú son personas para las que el país no es un fin en sí mismo
sino solo un medio donde hacer florecer sus negocios –políticos y financieros–
y asegurar su fortuna y privilegios. El Perú solo es su país en tanto sea la
chacra donde pueden mangonear a quienes someten como peones; su chacra para
explotar y disfrutar recursos sin importar derechos laborales, cuidado del
medio ambiente y salud de la población, todos conceptos que ellos trastocan
llamándolos tramitología. Para ellos las vidas de otros peruanos es un trámite
engorroso si les dificulta hacer dinero.
A
esa derecha bruta en valores y empatía no le interesa en lo más mínimo que en
nuestra sociedad prosperen valores como la inclusión, la transparencia, la
equidad, los derechos civiles y políticos porque los consideran una obstrucción
a sus estrategias de enriquecimiento. A esa derecha indolente no le interesa
integrarse con el cholo, con el indio, con el nativo, el mestizo, el peruano al
fin. En verdad los desprecia. Solo son para ellos fuerza de trabajo, sujetos de
explotación. Por eso, por ejemplo, murieron tantos quechuahablantes durante el
terrorismo y a ellos no les importó. Ni siquiera ahora les importa. Si la
masacre hubiera sido a su gente de apellidos compuestos y de alcurnia, estarían
horrorizados con lo que pasó; con la cantidad de fosas con restos de los suyos;
con la cantidad de desaparecidos suyos. Pero como no los sienten suyos, les da
igual. De hecho por eso pueden, tan fácilmente, aceptar que Alberto Fujimori,
uno de los mayores perpetradores de delitos contra la nación, contra los
pobres, contra los inocentes, pueda ser eximido de su prisión. Total, sus
víctimas no eran los de su collera, eran esos otros, sin nombre, sin estatus,
sin valor humano para ellos.
Ese
es el país de tantos “tecnócratas-apátridas” en la política, tan orgullosos
ellos de sus títulos y posgrados y a la vez tan desvergonzadamente
antiperuanos. Dispuestos a trastocar cualquier valor trascendente para un país
–Justicia, Democracia, Institucionalidad, Equidad, Honestidad– si conviene a su
argolla de poder o a su CV. Así son los lobistas que entran al servicio
público, no para diseñar las mejores estrategias y políticas públicas que
reduzcan brechas de desigualdad, que den acceso a buena educación, salud,
calidad de vida, sino para hacer currículum y ver a quién ayudan de su entorno
que luego pueda devolverles el favor al regresar al sector privado. Ese es el
perfil de nuestro tecnócrata-aprendiz-de-político-promedio: un Zavala, una
Aráoz, un Giuffra o un PPK.
El
JNE nos condenó en las últimas elecciones a elegir entre la derecha bruta,
ignorante y achorada del Keikismo y la derecha tecnócrata, apátrida y
lobista-corporativista de PPK. El JNE, movido por intereses aprofujimoristas,
sacó de carrera a Guzmán que venía creciendo meteóricamente; a Keiko le perdonó
tramposamente la vida cuando no la eliminó por los mismos motivos que fue
necesario sacar al tramposo Acuña; y en el colmo, el JNE le salvó el pellejo al
Apra bajando la valla para que su inscripción no feneciera y entraran algunos
chaveteros. Algún día, alguien tendrá que responder por ese fraude que nos
colocó en esta situación de país imposible: entre una derecha revanchista,
obstruccionista y degradante, llena de vulgares y mafiosos; y otra derecha
educada en títulos pero no en humanidad ni honestidad. PPK ha decidido
blindarse protegiendo a los sospechosos, creyendo que accediendo a sus
exigencias de cuotas de poder los acallará. No sabe que así indulte a Fujimori,
regale ministerios al Apra, entregue la dignidad del país, no lo dejarán en
paz, no lo dejarán seguir. Y ya no tendrá quién lo defienda. Los apátridas
vulgares, tanto como los “refinados”, matan al pueblo y lo destruyen.
Convierten al Perú en un país imposible. Solo la participación política de otra
estirpe de peruanos podrá darnos una esperanza de cambio.
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