Escribe: César Lévano (*).
Hace
casi dos siglos que un publicista estadounidense proclamó que el “destino
manifiesto” de los Estados Unidos era adueñarse de toda América. Eso es desde
entonces teoría y práctica del imperio. Ese es el hilo rojo, manchado con
sangre, de la historia del imperialismo yanqui. El viernes último, el
presidente Donald Trump ratificó que esa sigue siendo la estrategia de la Casa
Blanca.
“No
voy a descartar una opción militar”, ha dicho Trump. Y ha precisado: “Tenemos
tropas en todo el mundo, en lugares que están muy lejos. Venezuela no está muy
lejos”.
La
amenaza no es solo verbal. Los Estados Unidos tenían en el 2008, según informó
el Pentágono, 865 bases en 48 países. Analistas militares creen que hoy sus
bases llegan a 1.250 ubicadas en cien países. En la América Latina poseen 36
bases oficialmente registradas, así como otras que no se mencionan, como las
tres que tiene en el Perú.
¿Contra
quién se preparan esas fuerzas? El caso de Paraguay sugiere una respuesta. Los
gringos manejan ahí la base militar “Mariscal Estigarribia”, que puede alojar
20 mil soldados y que está cerca, ¡qué casualidad! del acuífero Guaraní, la
mayor reserva de agua dulce del mundo.
Tampoco
es casual que los Estados Unidos tengan puesta la codicia en Venezuela, que en
la cuenca del Orinoco tiene la mayor reserva de petróleo y gas del planeta.
Sorprende
que varios de los cancilleres que acompañaron la operación Luna en Lima sean de
países que han sufrido invasiones y anexiones estadounidenses. Amigos peruanos
me trajeron en días recientes el libro El socialismo latinoamericano, del
economista y combatiente del sandinismo. En esas páginas hay un registro de las
agresiones yanquis a países de nuestro continente.
México
es la víctima mayor. Entre 1846 y 1848 los Estados Unidos se apoderaron de la
mitad del territorio mexicano. Ese suelo está repartido entre los estados de
Texas, California, Nevada, Utah, Arizona, Nuevo México y otros. En 1903, el
presidente Theodor Roosevelt maniobró para separar a Panamá de Colombia. En
compensación, Washington pagó a Colombia 25 mil dólares. En Brasil, en 1964, un
golpe de Estado promovido por Washington derrocó al presidente João Goulart,
quien había prometido una reforma agraria y nacionalizar el petróleo.
En
1981, el general Omar Torrijos, presidente de Panamá, murió en un accidente
aéreo. Documentos desclasificados del Pentágono demuestran que fue víctima de
un operativo de la CIA.
La
lista es más larga.
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