Por: César Hildebrandt
"Con
un Poder Judicial plagado de corrupción, un Congreso como el que nos escupe, un
CNM que hiede, una Fiscalía que hasta hace poco dirigieron Peláez y Ramos y que
hoy es amenazada por la falta de presupuesto, una Policía podrida hasta los
tuétanos, ¿qué nos queda? ¿Qué escombros de país nos han dejado? Quizá el
Tribunal Constitucional se salve ligeramente, pero eso parece poco.
Entonces,
para animarnos, hablemos de los partidos ¿Qué es el Apra sino un califato donde
gobierna un señor que se hizo millonario con la política y unos súbditos que
saben muy bien quién es ese califa al que, sin embargo, necesitan para seguir
haciendo negocios o seguir siendo congresistas?
¿Y
PPK no es un lobista que cree que la vejez es sabiduría y que entre lo privado
y lo público no hay diferencia alguna? ¿Y Acción Popular no es la momia de
Fernando Belaunde invocada por la medianía que heredó la sigla?
El
Fujimorismo no es un partido sino un síntoma. Es el síntoma de lo enfermos que
estamos de la patología moral que nos mina, del cáncer institucional que ya no
sólo nos aleja de la OCDE sino de la civilización. Hay un 35% de peruanos que
aspira reivindicar al más ladrón e inescrupuloso de todos nuestros gobernantes,
un ciudadano japonés que hizo del Perú un inmenso retrete en el que los
militares robaban y mataban y los congresistas encubrían y la democracia yacía en la morgue de la
prefectura de Kumamoto. Pero Fujimori tiene una virtud inextinguible: siendo de
procedencia extranjera, supo como nadie interpretarnos.
El
Perú taimado que tenemos, las calles atoradas en las que perdemos horas, la
mugre del Vraem, el Congreso de baja estofa, los jueces a tanto el kilo, “el
emprendedurismo” con pasamontañas: todo eso y mucho más es su herencia. Un país
destruido, una federación de voracidades, reclama a su padre y votará por su
hija. Al fondo hay sitio.
¿Y
Acuña, que se apropió del nombre de Vallejo sin haberlo leído? Es el resumen de
nuestra “modernidad” vista como asalto, como épica del todovale y el criollismo
sin IGV. Y ya no hablemos de Toledo, un zombi que negocia su inimputabilidad.
Esa
es la política peruana ¿O quieren hablar de Florez Araoz, de Mucho, de Belmont?
Ese es el cementerio de Liliput. De Verónika -y otras hierbas- no es preciso
decir mucho. Sólo que no tiene ninguna posibilidad de ganar. Felizmente.
¿Y
los grandes medios de comunicación?
Bueno,
ustedes ya saben qué es lo que pasa. Los que no están comprados sueñan con ser
comprados por los grandes intereses. Y la televisión es el colon transverso del
sistema.
Lo
que más espanta es el narcisismo idiota que el Perú exhibe, sin pudor, ante el
mundo. Nos creemos un país especial, tocado por la fortuna, privilegiado por el
nivel de nuestra gente, por la diversidad de nuestro cutis y paisajes. Lo que
no somos es una nación y eso es lo que no nos atrevemos a reconocer. Lo que no
somos es un proyecto superior y eso es lo que los políticos jamás dirán porque
su negocio es alentar el autoengaño. Heredamos Machu Picchu pero no estoy
seguro si merecíamos mostrarlo como nuestro. En ese imperio interrumpido por la
conquista española había, estoy seguro, el germen identitario que perdimos. De
ese masivo asesinato cultural viene nuestra mirada gacha, nuestra capacidad
para la traición, nuestros afanes murmurantes, nuestros silencios.
Miren
lo que pasó con el último experimento “republicano”. Los nacionalistas nacieron
como respuesta a los desmanes del neoliberalismo embrutecido y ladrón impuesto
por Fujimori. Y han terminado gobernando como Fujimori y con los tufos del Apra
más porcina. Miren a la señora Nadine que empezó como nuestra Rosa Luxemburgo
moderada y ha terminado embarrada y en trance de fuga.
El
pesimismo no es en Perú una opción intelectual. Es un dato surgido de la
observación. Que mientan los otros.
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