Escribe: Gustavo Espinoza M.
Si
hablamos de los delitos cometidos por él, tendríamos muchas páginas por llenar.
Debemos entonces, referirnos a los acontecimientos esenciales, a los que lo
situaron como uno de los 7 dictadores más perversos y corruptos de la historia
en el siglo XX.
Alberto
Fujimori llegó al Poder como un aventurero con suerte, de la mano del APRA, que
lo catapultó y con la votación de un
pueblo, asustado ante la amenaza de un brutal “ajuste” Neo Liberal que
finalmente, él mismo implementó.
Aún
antes de asumir la jefatura del Estado –en junio de 1990- se entregó al Fondo
Monetario, para aplicar el “modelo” Neo Liberal. Ya en el Poder, -y luego del
Fujishock de agosto del 90- llegó a la
conclusión que ese “proyecto”, sólo podría concretarse mediante un Golpe de Estado.
Así
ocurrió el 5 de abril del 92, que derivó en la instauración de un régimen Neo
Nazi, extremadamente cruel y corrupto. Haciendo honor a sus ancestros –las
viejas camarillas guerreristas niponas-
vivió desde el inicio de su régimen a la sombra del instrumento más
cruel y despiadado incubado por el Imperio: la Agencia Central de Inteligencia
de los Estados Unidos, representada por
su “asesor Presidencial”, con quien compartió impúdicamente el Poder. Juntos,
diseñaron y aplicaron una estrategia destinada a destruir la economía nacional
y apoderarse de todos los resortes del Poder.
Concluyeron
con el desmantelamiento de las reformas del gobierno de Velasco, depuraron la
institución castrense para eliminar sectores patrióticos y nacionalistas y
diseñaron una estrategia destinada a fascistizar a la Fuerza Armada a fin de
quebrar la idea de la Unidad del Pueblo y la Fuerza Armada como instrumento de
acción liberadora en el país.
A
partir de esa política, impusieron la
violencia más cruel de nuestra historia. Fujimori –quien se hizo llamar
“Chinochet” con alegría- destruyó todos los vestigios de respeto a los derechos
humanos.
Desapariciones
forzadas, ejecuciones extra judiciales, privaciones ilegales de la libertad,
establecimiento de centros clandestinos de reclusión y la tortura
institucionalizada; fueron el pan del día entre 1990 y el año 2000. Sólo en
1996, fueron detenidas 650 mil personas;
y el año siguiente 670 mil; la inmensa mayoría de ellas fueron sometidas a lo
que la normatividad señala como “tratos crueles, inhumanos y degradantes”. De
ese modo “restauraron la paz”, una Paz de Cementerios, que dejó una muy
dolorosa estela
Matanzas como las Huaral y Huaura, El Santa, Barrios
Altos, La Cantuta; o crímenes, como el de Pedro Yauri, Juan Andagua, o Pedro
Huilca, fueron simbólicos. Representaban la voluntad de acabar con todo
vestigio de oposición a sus designios.
Pero
las operaciones militares en el interior del país rebasaron largamente la
apariencia de un “conflicto interno” y se proyectaron como una verdadera guerra
de exterminio contra las poblaciones nativas y pueblos originarios. Así pudo
catalogarse también el programa de esterilizaciones forzadas, al que fueran
sometidas más de 350 mil mujeres en el país.
El
75% de las víctimas de todas estas prácticas, fueron habitantes de zonas
rurales, poblaciones originarias y quechua-hablantes. Ancianos, hombres,
mujeres y niños, sufrieron por igual los efectos de esta política devastadora
que nunca será suficientemente conocida.
Mientras
todo esto ocurría, el Mandatario y su entorno, se robaron el país, remataron
las empresas públicas, y saquearon el erario nacional. Sólo Alberto Fujimori se
apoderó de seis mil millones de dólares que hoy permiten a sus hijos, ser
propietarios de boyantes empresas mineras y otras.
En
su momento se denunció también que robaron barras de oro del Banco Central y
hasta el Oro de Paititi, una de las riquezas históricas de la nación. Cuando fue
denunciado y se vio descubierto, huyó del país, renunció por fax, y finalmente
se refugió en el Japón donde tuvo el cuajo de postular -sin suerte- a una Curul en el Parlamento
Nipón. Finalmente pretendió volver al Perú, pero se refugió en Chile, desde donde
fue extraditado.
Sometido
a un proceso penal –el más limpio de nuestra historia- fue condenado. No
obstante, nunca estuvo realmente preso. Confinado en un Centro Recreacional de
la Policía, el ex Fundo Barbadillo, dispuso de más de 170 metros cuadrados con
jardines propios y otras comodidades.
Tuvo, de manera permanente, televisión por cable,
internet, teléfonos celulares y visitas constantes de familiares y amigos. Fue
objetivamente el más privilegiado de los reos. Nunca se arrepintió de sus crímenes, jamás reconoció delitos, ni pidió
perdón a sus víctimas o a los familiares de ellas. Tampoco pagó un centavo de la “reparación civil” que le fuera
demandada, ni devolvió nada de lo que robó.
Este
reo, es hoy favorecido por una decisión írrita del TC impuesta apenas por una
muy precaria correlación de fuerzas. Eduardo Ferrero, amigo de Keiko y ahora
Presidente del TC, tuvo que votar penosamente en dos ocasiones dos veces para
asegurar una decisión que nuestro pueblo repudiará siempre. Y es que no se perdonará a este asesino, ni
se borrarán los hechos vividos en esos años de barbarie.
Aunque
pareciera que finalmente, en el Perú la impunidad se impone, nadie sabe cuántas
vueltas da la tuerca. Los que hoy ríen,
mañana habrán de llorar desconsolados. Y es que este indulto es una afrenta
intolerable
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