Escribe: Alberto Adrianzén.
Los recientes “descubrimientos” sobre el papel de los empresarios,
incluyendo a la Confiep, en los procesos electorales no son una novedad. Lo que
sí es novedad es saber toda la trama que está detrás y lo que ello representa
en una democracia como la peruana. Ahora ya sabemos, como han dicho los propios
empresarios, que financiaban campañas electorales contra sus adversarios. Si un
candidato no les gustaba o iba contra sus intereses, lanzaban una campaña para
recordarnos los valores del libre mercado, de la iniciativa empresarial, así
como también los “horrores” del estatismo y el infierno que podría significar
el triunfo de aquellos que proponían políticas obsoletas y peligrosas para el
país.
La idea era construir, como dijo Mario Vargas Llosa, “un nuevo enemigo”
que no era otro que el “populismo” y que estaba representado, no solo por el
candidato real en cada país en el que había elecciones, sino también por esta
suerte de candidatos virtuales en los que se habían convertido estos
“presidentes populistas” en la mayoría de países de la región. La otra idea era
–y sigue siendo– que, si uno votaba por el candidato que no les gustaba, votaba
también, gracias a una activa campaña mediática y propagandística, por Hugo
Chávez, Lula o Cristina Fernández de Kirchner. Las elecciones presidenciales se
“internacionalizaban”. La batalla era, como lo es ahora, en contra de estos
“procesos populistas” y a favor del neoliberalismo.
Hoy día, algunos quieren justificar las campañas de los empresarios y de
la Confiep diciendo que no eran contra ningún candidato; que los aportes (o
donaciones) de la empresa Odebrecht a ese gremio empresarial, así como las
llamadas bolsas empresariales, eran legales porque estaban bancarizadas; y que
estas campañas no tenían nada que ver con las campañas electorales. Y si bien
se pueden añadir otros argumentos para defender este supuesto gremialismo
apolítico, lo cierto es que estos hechos nos develan como operan políticamente
los empresarios y los gremios. La afirmación de que hay que impedir que la
política invada o influya a la economía porque es un saber técnico, no va con
ellos. Ellos sí hacen política, lo que sucede es que pretenden ser invisibles.
Hoy han sido descubiertos.
Es cierto que esta manera de operar, bastante antigua, por cierto, tiene
mucho que ver con la falta de normas y reglas claras y precisas respecto al
financiamiento de los partidos y de las mismas campañas electorales, incluyendo
los gastos que en ella se incurren. Pero también -y acaso esto es lo más
importante- con la manera cómo se vinculan los grupos empresariales no solo con
los procesos electorales sino también con la política y con el poder.
No es extraño, en ese contexto, que no haya en el país un partido (de
derecha) que represente abiertamente los intereses empresariales o un partido
liberal que haga suyos las bondades de un auténtico liberalismo. Tampoco que no
exista un líder político que salga de las filas empresariales como Mauricio
Macri en Argentina o Sebastián Piñera en Chile que han creado partidos
políticos y ganado elecciones. Y si bien PPK puede ser una excepción hay que
recordar que este hombre de negocios-presidente no tiene partido y que tuvo que
recurrir a uno “prestado” para candidatear. Por eso PPK no es expresión
política de un grupo o de una clase sino más bien producto de un “capricho
personal”, de la política informal de
este país y de las ambiciones de algunos.
En realidad, los grandes empresarios gobiernan, muchas veces, sin estar
en el gobierno, pero sí conservando el poder. Son los llamados “poderes
fácticos”. Para eso cuentan mecanismos como la llamada “puerta giratoria”, el
poder mediático, estudios de abogados y lobbies, como lo demuestran ahora
último los intentos por modificar la ley de Alimentación Saludable, o
representantes directos en el gobierno y el Estado, y hasta recurren al
transfuguismo y cooptación de políticos, congresistas y de partidos que tienen
como única “fortaleza” la legalidad para presentarse en las elecciones. Toda
una charada, que hace de la democracia un hecho opaco, que esconde los
intereses de unos pocos, un baile de máscaras, donde algunos son invitados, y
que permite que la corrupción, como hoy día es evidente, sea la nutriente que
organiza y mueve el sistema político de esta República Empresarial.
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