“Es posible que esta inabdicable decisión de independencia
nos obligue a enfrentar dificultades y riesgos que de otro modo podrían no existir”
(Juan Velasco Alvarado. Mensaje a la nación, 28 de julio de
1970)
Escribe: Juan Archi Orihuela.
El 3 de octubre de
1968 las Fuerzas Armadas dieron un nuevo golpe de Estado, hecho tan constante
en la historia del Perú republicano. La gran mayoría del país, que a lo largo
del siglo XX fue testigo de una serie de dictaduras militares que datan desde
los inicios de la república, no se inmutó ante tal hecho; más aún la idea de
que la democracia representativa se vea vulnerada una vez más no era una
cuestión primordial en la agenda política del movimiento popular porque, ya sea
en democracia así como en dictadura, las condiciones materiales de existencia
para las grandes mayorías se mantenían y se legitimaban por la reproducción de
las relaciones serviles que emanaba de la hacienda.
Por ello el derrotero político por el que venían transitando
las luchas populares apuntaba a otras formas de poder y de organización, a
saber, el movimiento obrero (incipiente a principios del Siglo XX) las tomas de
tierras por el movimiento campesino (focalizadas en espacios regionales y de
clara confrontación contra el poder gamonal) y la insurgencia armada de las
guerrillas, animada por el Ejército de Liberación Nacional (ELN) y el
Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR).
Pero el día 9 de octubre el nuevo régimen militar que se
autoproclamó revolucionario dio muestras de que la dictadura militar instaurada
hace unos pocos días no era más de lo mismo. La medida política adoptada fue la
expropiación de la IPC (International Petroleum Company) que venía explotando
el petróleo de los yacimientos de “La Brea y Pariñas” (Piura), sin título legal
alguno y ejerciendo un monopolio en desmedro de los intereses de la nación. Tal
día, 9 de octubre, fue declarado como el Día de la Dignidad Nacional, porque el
Perú no sólo recuperaba sus recursos controlados por el imperialismo
norteamericano, sino que orientaba una política contra aquella dependencia
económica que impide un desarrollo, no sólo económico, sino también cultural
del país en su conjunto. El filósofo peruano Augusto Salazar Bondy llamó a tal
situación y condición socio-cultural del país como el problema de la
reproducción de una cultura de dominación que impide la constitución de la
nación.
Por eso la reproducción ideológica del nuevo gobierno de las
Fuerzas Armadas acentuó el nacionalismo en función de un proyecto de país,
signado y orientado en el conocido Plan Inca.
La dignidad nacional que el Perú le arrancó a su historia
republicana pre-velasquista no sólo se focalizó en la recuperación del petróleo
para los intereses de la nación, sino que también marcó una política
internacional en el continente, a saber, la lucha por la autonomía nacional de
los Estados dependientes económicamente del imperialismo norteamericano.
Durante la década del 70 en Latinoamérica, gobiernos como el
de Panamá (con Torrijos), Bolivia (con el Gral. Torres) y del Ecuador (con el
Gral. Rodríguez Lara) anunciaban un rumbo de gobiernos nacionalistas en el
continente.
A corto plazo el Perú animó el Pacto Andino en el continente,
así como participó en el eje de los Países No-Alineados para generar un bloque
de poder continental. Además el día de la
dignidad nacional, en el plano económico, implicaba encarar a corto
plazo el necesario problema de la soberanía nacional. Por eso el Perú durante
el Gobierno del Gral. Juan Velasco Alvarado contó con una poderosa Fuerza
Armada moderna, nunca antes vista en su historia republicana, que le permitió
alcanzar el liderazgo del poder militar disuasivo en el continente
latinoamericano.
Sin embargo tal derrotero nacionalista entró en
contradicciones en cuanto a su estructura de poder, no sólo en lo ideológico,
sino en la correlación de fuerzas que ejercen las clases sociales en su
estructura material. En su momento tal problema fue observado por el historiador Pablo Macera, quien en 1972 anotó
lo siguiente:
“El Ejército Peruano ha olvidado que el apetito se despierta
comiendo, y lo quiera o no está contrayendo un compromiso muy profundo con las
masas populares ¿Cuándo y cómo podrá cumplirlo? ¿Qué ocurrirá si no lo hace?”
Ese compromiso profundo es la democratización de la sociedad
en su conjunto que se impulsó con la medida más democrática del régimen, a
saber, la Reforma Agraria (24 de junio de 1969). Por eso no es casual que tal
hecho histórico sea motejado (no sólo por sus consecuencias, sino por el hecho
mismo) por quienes han venido contraponiendo ideológicamente un discurso
liberal de derecha al nacionalismo reformista de las Fuerzas Armadas.
Para ellos la crítica al autoritarismo del militarismo
velasquista no apunta a los temas de fondo sino a las cuestiones de forma, a
saber, la institucionalidad democrática. El contenido de esa institucionalidad
democrática implicó en la práctica, del ejercicio del poder Estatal, que la
democracia representativa consienta las relaciones de esclavitud durante el
siglo XIX y defienda y reproduzca el servilismo y la semi-feudalidad del poder
de las haciendas durante el siglo XX.
Más aún aquel régimen militar reformista fue visto por
quienes perdieron privilegios de clase y de poder económico como una
prolongación de sus miedos. Tal paroxismo a la larga hizo que se olvide el 9 de
octubre como el Día de la Dignidad Nacional.
Históricamente el 9 de octubre no debe quedar en el olvido.
Es necesario recordar que el Perú alcanzó, transitoriamente, su dignidad como
nación. Esa “promesa de la vida peruana” de la que siempre se hacen exégesis
retóricas para la plaza y el salón, tiene sentido si se toma en cuenta la
dignidad, la dignidad nacional que permite el poder, y que radica en el poder
político para dirigir un país como una nación: La defensa de los intereses
nacionales.
Actualmente el Perú transita por el derrotero instaurado por
el neoliberalismo en el que los intereses nacionales se supeditan a los
intereses privados de las transnacionales. La recuperación de esa dignidad debe
estar en la agenda del movimiento popular, ya que la dignidad nacional es el
sustento moral de las grandes mayorías que aún anhelan un nuevo país en el que
la democracia no sea sólo un significante, sino una acción práctica, a saber,
la conquista de la justicia social y de la dignidad nacional. (lomaterialyloideal@hotmail.com)
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