GRAN ANGULAR
América Latina se despierta de un sueño económico embriagador que ha
durado una década; ahora mira hacia el futuro con incertidumbre y con sensación
de vértigo: atrás queda el crecimiento al 6% que cae hasta el 1%, según
estimaciones del Fondo Monetario Internacional por la reducción del crecimiento
de China, la caída del precio de las materias primas en el mercado
internacional y el estancamiento de Europa. En este período de resaca surgen
interrogantes pero también cuestionamientos que señalan que América Latina no
hizo los deberes. “Los avances del desarrollo social siguen siendo variables,
insuficientes y especialmente esquivos para determinados grupos sociales”,
afirma la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) en el
informe “Desarrollo social inclusivo”.
Si bien desde los años noventa se promovió fuertemente la inversión
privada para la extracción de recursos naturales, en estos últimos diez años la
tierra y sus minerales se volvieron un bien muy preciado y más rentables que
nunca para las transnacionales que han ido ganando poder desde entonces.
América Latina se convirtió en estos años en uno de los epicentros globales de
la actividad minera absorbiendo el 27% de total de la inversión en exploración,
según datos del Banco Mundial. Este modo de crecimiento basado en las
exportaciones, -que ahora están a la baja contrayéndose hasta un 15% en 2015
según la CEPAL-, ha generado más de 200 conflictos sociales, durante el periodo
2010-2013, con los pueblos indígenas que habitan ancestralmente esas tierras.
El mecanismo que debió garantizar los derechos de los pueblos frente a la
voracidad extractivista para instalar minas, pozos petrolíferos, o gaseoductos
-entre otros- era la consulta previa. 500 años después, los Estados
latinoamericanos asumen el reto de que los pueblos indígenas participen en el
diseño de las políticas y tengan voz sobre su futuro con la ratificación del
Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), el cual
establece que los Estados deben de consultar todas las medidas legislativas o
administrativas que puedan afectar a los indígenas. Sin embargo, su puesta en
marcha ha mostrado serias limitaciones. “En comparación a otros países del
mundo, estamos viendo que los países de Latinoamérica están bastante avanzados
respecto a la consulta previa, por lo menos, en cuanto a reglamentos y
políticas. El reto que todavía nos espera es la implementación de la consulta,
y realizar proyectos que respeten el consentimiento previo, libre e informado,
que va más allá de la consulta porque implica que la comunidad tiene la
posibilidad de decir que no”, precisa Emily Greenspan, especialista de Oxfam.
Las experiencias de aplicación de la consulta previa muestran que ha sido
“moldeada” por los Estados para que no interfiera con sus intereses. “La
principal limitación de la consulta previa es la falta de voluntad política por
parte de los Estados”, explica Rose-Marie Belle, expresidenta de la Comisión
Interamericana de Derechos Humanos (CIDH). Además, puntualiza que los países
suelen estar más interesados en proteger los derechos de las empresas, que los
de los pueblos indígenas.
Esta es la crónica para entender las sombras que oscurecen los procesos
de consulta previa y las cartas bajo la manga que se guardan países como
Brasil, Chile, Colombia, Guatemala, Bolivia y Perú analizados en el informe
“Derecho a la consulta y al consentimiento previo libre e informado en América
Latina”.
SER O NO SER, ESA ES LA
CUESTIÓN
En América Latina se tiene conocimiento de que existen unos 826 pueblos
indígenas, que sumarían más de 46 millones de personas. Sin embargo, a la
comunidad Cayhuachahua de Apurímac (Perú) le fue negada su identidad indígena
por una consultora privada quien llegó a afirmar que “aunque mantiene elementos
tradicionales, no se evidencia elementos ancestrales que definan su identidad”.
La propia identidad se ha convertido en un frente que deben conquistar
los pueblos. “Uno de los principales problemas que identificamos es la falta de
claridad sobre los sujetos de consulta, porque hay ministerios dentro de los
países que no consideran a determinados pueblos como indígenas”, explica Daniel
Cerqueira, Oficial Sénior de Programa de la Fundación para el Debido Proceso
(DPLF, en sus siglas en inglés). Es el caso también de Colombia donde existen
dificultades para identificar a los pueblos indígenas, especialmente, de
aquellos, que viven fuera de resguardos indígenas o desplazados. A ello se suma
que las visitas de campo que ayudarían a la labor son excepcionales, y cuando
se llevan a cabo, se realizan con procedimientos inadecuados con personal
inexperto y sobrevuelos en el área. En el derecho internacional no existe una
definición cerrada de pueblos indígenas, sin embargo, los expertos consideran
que no es necesaria ni deseable a efectos de proteger los derechos humanos.
“Es muy difícil tomar una decisión en un proceso de consulta cuando
tienes un fusil en la cabeza”, así le explicó una líder indígena colombiana al
investigador Carlos Andrés Baquero de la Fundación Dejusticia. “Hay muchas
consultas que no se dan en condiciones de libertad”, sentencia. En Colombia,
una de las dificultades que enfrentan es la participación de actores externos
como los actores armados (FARC, ELN o paramilitares) en los procesos de
consulta, pero también de las empresas que quieren hacer un megaproyecto, y
para ello emplean estrategias como dividir a pueblos u otorgan prebendas.
Amnistía Internacional de Colombia instó al Gobierno de Santos a anteponer
el derecho de las comunidades indígenas y afrodescendientes a decidir cómo se
desarrolla su tierra antes que “el deseo de las empresas de explotar estos
territorios para obtener beneficios”. La tierra es uno de los puntos de
negociación del proceso de paz entre el Gobierno y las FARC que se desarrolla
en La Habana desde hace tres años. “La paz territorial en Colombia no será
viable si no se garantizan los derechos de los pueblos indígenas, si no se
transversalizan los derechos y generan diálogos con otros sectores sociales
para que la defensa de la diversidad cultural y la consulta previa sea una
defensa nacional de la diversidad cultural”, declara Sonia Londoño analista de
la Consultoría para los Derechos Humanos y el Desplazamiento (CODHES).
“Ha habido un recrudecimiento de la persecución, hostigamiento, amenazas
o de atentar contra la vida de líderes que plantean que para que los proyectos
puedan operar se debe ejercer el derecho a consulta”, sentencia Carlos Lacán,
especialista guatemalteco en derechos de los pueblos indígenas. La situación
del país centroamericano resulta de especial preocupación, para la organización
DPLF, pues observa una agudización de los conflictos sociales por la
autorización de proyectos sin que se lleven a cabo procesos de consulta. No
obstante, Lacán destaca como positivo la decisión de la Corte Constitucional
que ordena realizar la consulta a comunidades ixiles en dos proyectos
hidroeléctricos, y avances en la elaboración de un protocolo de consulta.
Gran parte de estos conflictos, especifica Lacán, surgen por proyectos
hidroeléctricos, -además de mineros-, menciona el caso Chixoy que constituye un
referente negativo, y por ello muchas comunidades rechazan las hidroeléctricas.
Esta represa -financiada por el Banco Mundial y Banco Interamericano de
Desarrollo- fue construida durante la dictadura militar, en medio de una guerra
civil, cuando la población se negó a ser desalojadas, fueron torturados y
asesinadas más de 400 personas. En la actualidad, el Gobierno ha iniciado el primer
pago para reparar a las víctimas.
¿SOBRE QUÉ SE DECIDE?
“Otro de los problemas que detectamos tiene que ver con el objeto de la
consulta. Muchas veces no se consultan ciertas medidas por considerarse que no
tienen un impacto directo en los indígenas, y a partir de determinaciones que
no siguen ningún tipo de rigor antropológico, ni cuentan con ningún tipo de
sensibilidad intercultural”, precisa el abogado Cerqueira. Por ejemplo, la
prospección y exploración, o los estudios de impacto ambiental son algunas de
las medidas clave más frecuentes que son excluidas de la consulta. La pregunta
que surge entonces es ¿Las medidas sobre las que deciden tienen importancia?
¿Se convierte la consulta en un mero formalismo?
César Gamboa, director de la organización DAR comenta el caso peruano en
relación al momento de la consulta en el sector minero –ya ha sido implementada
en tres proyectos -: “Los dos momentos donde la consulta debería darse sería
antes del otorgamiento de la concesión y antes de la aprobación del Estudio de
Impacto Ambiental (EIA). Sin embargo, se consultaría antes de la autorización
final, después de aprobado el EIA entonces la pregunta es ¿Qué impacto va a
tener la negociación si el EIA ya está aprobado? Ningún inversionista va a
aceptar una modificación posterior una vez aprobado el informe técnico”.
Bolivia tampoco se escapa de este problema. A pesar de que su
constitución es la más garantista de los países analizados, reconociendo
expresamente el derecho a consulta, se están dando retrocesos, como sucede con
la reciente Ley de Minería y Metalurgia, promulgada en mayo de 2014. En
Colombia, el especialista Carlos Andrés Baquero resalta que el Gobierno ha
adoptado sin consultar regulaciones que rebajan el nivel de protección
estipulado en el derecho internacional. “Por ejemplo se ha estipulado tiempo
para la duración de los procesos de consulta previa, o se excluyen a personas o
comunidades que no tienen un título de propiedad sobre su territorio. Al
parecer, podría tener un viraje interesante porque el Gobierno de Santos ha
propuesta una regulación para las personas afro y gitanas que tienen derecho a
la consulta previa”.
En el caso de Chile se pone en juego la fe, y quien la valida es el
propio Ejecutivo, como sucedió en la comunidad agrícola Diaguita de
Huascoaltinos. Las autoridades en esta zona decidieron suspender la consulta
argumentando que la población había actuado de mala fe, -esto se dedujo por la
demora de la comunidad para aprobar el procedimiento- y fue así como se aprobó
el proyecto sin consulta.
DEUDAS PENDIENTES
A pesar de que la región vive el momento de mayor reconocimiento de los
derechos de los pueblos indígenas, la deuda del Estado es demasiado pesada.
“Las personas indígenas y afrodescendientes están sobrerrepresentadas entre la
población en situación de indigencia, pobreza y vulnerabilidad”, subraya el
documento de la comisión de las Naciones Unidas. El porcentaje de indígenas
pobres en zonas rurales alcanza el 48,5%, mientras en los no indígenas se
reduce casi a la mitad, al 28,3% según la estadística realizada a hogares de
ocho países de la región, entre los que se encuentra Chile, Brasil y Perú. Los
niños son los más afectados: el 88% no tiene acceso al agua y saneamiento, a
una educación o una vivienda digna, de acuerdo a UNICEF.
Cerqueira, menciona que Brasil tiene “unas deudas históricas en el ámbito
de titulación, demarcación de los territorios indígenas que genera desconfianza
entre el movimiento indígena”, además es el país que presenta el menor avance
en la regulación de la consulta previa, según destaca este informe. Se calcula
que una de cada tres hectáreas que los gobiernos de América Latina conceden a
la explotación minera, agrícola o forestal se superpone con tierras de
comunidades indígenas, según datos del Proyecto Munden. Esta es la razón por la
que los conflictos socioambientales se han incrementado, la Universidad de
Arizona identificó hasta 226 entre los años 2010-2013. Colombia es el segundo
país del mundo donde más conflictos se dan por razones ambientales, este aumento
según Baquero se debería al avance de los proyectos extractivos, pero también
por el mayor ejercicio de resistencia que ejercen las comunidades locales
debido a que tienen una mayor conciencia y conocimiento de sus derechos.
No implementar la consulta previa, o ponerla en marcha sin respetar el
derecho internacional o el consentimiento genuino de los pueblos indígenas
puede conllevar al conflicto y a la violencia, afirma la presidenta de la CIDH,
quien concluye que ese escenario es riesgoso no sólo para los propios pueblos
indígenas sino también para las empresas que deciden marcharse; por lo que no
se consigue ni paz ni desarrollo.
La CIDH acaba de publicar un informe donde aborda la espinosa cuestión de
proteger los derechos humanos de los pueblos indígenas y comunidades
afrodescendientes en el contexto de actividades de extracción de recursos
naturales. Este organismo, por primera vez, reconoce la obligación que tienen
los Estados de donde proceden los capitales de las empresas extractivas, como Canadá,
Estados Unidos o Brasil para la protección de los derechos. “Los Estados de
origen de las empresas en las Américas deben adoptar mecanismos apropiados de
supervisión y regulación de las actividades de sus compañías y nacionales en el
extranjero en línea con los estándares internacionales relevantes de los
derechos humanos”, el informe agrega que estas compañías deben de abstenerse de
brindar apoyo gubernamental a empresas involucradas en violaciones de derechos
humanos o a iniciativas dirigidas a influenciar la adopción de normas o
políticas públicas favorables a sus inversiones, en detrimento de obligaciones
de derechos humanos en los países receptores.
Respecto de los Estados receptores, el informe señala que los Estados
receptores deben adoptar las medidas apropiadas para “prevenir, investigar,
castigar y reparar las violaciones a los derechos humanos que resulten de la
ejecución de estos proyectos. Asimismo, deben cumplir con los estándares
internacionales de derechos humanos, mediante la adopción de políticas,
legislación y regulaciones adecuadas, y la garantía de un efectivo acceso a la
justicia”, entre ellas, la adopción de un marco regulatorio para la protección
del medio ambiente y de los derechos humanos que contemple de forma adecuada la
operación de compañías extranjeras en la jurisdicción de un Estado, y la
consulta previa.
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