Escribe: Manuel Burga (IDEELE REVISTA Nº 285).
El
17 de abril, víspera del feriado de Semana Santa, en medio de una reunión muy
mañanera con Francisco Durán y Jesús Cosamalón para definir detalles del
volumen 6 de Una Nueva Historia del Perú Republicano, hacia las 9:50 am,
Twitter nos confirmó la noticia de la muerte violenta de Alan García como
consecuencia de un disparo en la cabeza que él mismo se había propinado para
evitar el encuentro, aparentemente inopinado, con la aguerrida Fiscalía actual.
Mi
primera sensación fue la sorpresa, luego consternación y tristeza. Llegué a mi
centro de trabajo, al Lugar de la Memoria, la Tolerancia y la Inclusión Social
– LUM, y encontré a mucha gente, que trabaja conmigo, desconcertada y también
consternada por lo sucedido. En la tarde, cumpliendo un mandato gubernamental,
izamos la bandera a media asta. Lo hicimos inmediatamente, para acompañar el
sentimiento nacional de sorpresa y duelo en todo el país. Ahora que IDL me pide
unas reflexiones al respecto no quisiera volver a esas circunstancias, sino
aprovechar la ocasión para mirar a la historia, con la finalidad de fijarla en
el pasado, volverla memoria viva, y proponer así una mirada nueva hacia el
futuro.
¿POR QUÉ TANTAS VECES ACUSADO?
¿Qué
puedo decir de original sobre este tema, tantas veces acusado, más de lo que
persistentemente Pedro Cateriano presenta en su libro, El Caso García, donde
analiza lo que muchas veces había escuchado en los rumores limeños y que Rocío
La Rosa Vásquez, en Una vida política marcada por la polémica, resume en los 10
casos más famosos de los que siempre salió airoso, sin considerar por supuesto
el décimo, ODEBRECHT?
Ninguna
acusación prosperó sobre los nueve primeros, multiplicando así los rumores,
hasta casi demoler la imagen de ese personaje polémico, singular, como él
hubiera querido pasar a la historia peruana.
No
sé cuántas veces escuché la historia de Sergio Siragusa y las entregas en
efectivo en Palacio. Igual que la de su traslado a la UNMSM para concluir sus
estudios de Derecho sin mayores dificultades.
Así
como escuché tantas versiones de esa orden verbal, casi proferida en un Consejo
de Ministros de junio de 1986 (“MÁTENLOS”), para terminar con la insurrección
de SL en los penales Frontón, Lurigancho y Santa Bárbara, que de ser cierta ya
anunciaba ese desequilibrio que luego lo comprobamos públicamente con el
puntapié propinado a un pobre manifestante frente a la misma Casa del Pueblo.
Con su suicidio, todo esto puede quedar en los expedientes judiciales y en las
mentalidades populares; o quizá lo sepamos, cuando todos estos afanes contra la
corrupción concluyan, para el saneamiento de nuestra alma nacional, como diría
Ernest Renan.
UNA METAMORFOSIS DIFÍCIL DE EXPLICAR
No
me llamó la atención que en el año 1990, cuando concluía su desastroso primer
mandato, apoyara la candidatura de Alberto Fujimori, sumándose a las corrientes
populares para impedir la llegada de Mario Vargas Llosa al poder con FREDEMO,
que prometía, acorde con el tiempo, una cirugía liberal para sanear la
maltrecha economía nacional.
Ganó
Fujimori, con el apoyo del APRA y de la izquierda democrática de entonces, y
muy pronto, contraviniendo todas las promesas y todos los pronósticos, el
fujimorismo en el poder puso en marcha una suerte de “aplanadora neoliberal”
para superar el período de AGP y para iniciar el de la “victoriosa” República
empresarial.
En
abril de 1992, luego del famoso autogolpe, AGP hábilmente se refugió en la
Embajada de Colombia, para muy pronto partir al exilio, en donde permaneció
hasta inicios del 2001, y cuando sus juicios habían prescrito, lanzó su
estentórea y poética candidatura, pasando a la segunda vuelta en la que perdió
por escaso margen.
En
esta elección, por las cargas emocionales en juego, el APRA recibe el apoyo del
fujimorismo y se comienza a construir primero un acercamiento, luego una
cooperación disimulada, para finalmente convertirse en aliados congresales.
No
tenemos que sorprendernos por esa desconcertante evolución de AGP, la que se
hizo evidente y pública cuando en las elecciones del 2016 se presentaba en los
mítines con personajes del PPC. El resultado electoral fue el primer gran golpe
político y psicológico, y gracias a una maniobra, no sé si corrupta, del Jurado
Nacional de Elecciones, el APRA no perdió su inscripción electoral como
partido.
Ingresaron
con cinco congresistas, suficiente para construir una férrea mayoría
aprofujimorista, imbatible, sólida, politiquera, decidida a gobernar el país y
cobrarse la venganza contra PPK, empujándolo a la renuncia.
Esta
mayoría nos hace recordar a aquella de mediados de los años 1960, la Coalición
del pueblo APRA – odriísmo, que era sustentada, justificada y enaltecida en las
plazas públicas por Haya de la Torre: el Congreso como el primer poder del
Estado, capaz de censurar y destituir ministros del presidente Fernando
Belaunde hasta por cuestiones semánticas que nadie entendía.
¿Cómo
es que se produce esta metamorfosis del APRA, entre 2006 y 2019, de una Alianza
Popular Revolucionaria Americana, que luchaba hasta por una sociedad laica, en
un partido de derecha, no tecnocrática, sino populista, conservadora y hasta
reaccionaria?
Una
explicación podría ser una mala lectura de la coyuntura política, como le
sucedió en 1985, que convirtió al APRA en un gobierno populista. Este equívoco
es aún mayor desde el 2006, cuando AGP convierte al gobierno del APRA en
reaccionario, antinacional, promotor del gran capital minero y agroexportador,
crítico de las poblaciones nativas, de la educación pública y de la
diversificación productiva.
Esta
vez quizá no se trata de una mala lectura de la coyuntura mundial, sino de la
fuerza demoledora de la corrupción que antepuso el interés personal del
gobernante, los manejos corruptos de las políticas públicas, por delante de los
intereses de la nación.
¿Pero
cómo sucedió esta metamorfosis, cómo se convirtió en proempresarial, apasionado
creyente, que se postraba ante el Cristo del Morro Solar, cuando carecía de un
proyecto de país en medio de la gangrena de la corrupción que hacía perder
cualquier lógica y racionalidad en la gestión pública? Cada uno de los lectores
podrá sacar sus propias conclusiones.
NO MALA LECTURA DE LA COYUNTURA, SINO
DE LA HISTORIA
Me
llama la atención la insistencia de Alberto Vergara en sus últimos artículos,
como el de El Comercio, La República no llega sola, en afirmar que la República
se construye poco a poco y que los últimos exgobernantes, de Fujimori a PPK, no
han contribuido en casi nada a construir ese proyecto, como si un buen
ordenamiento republicano, político y administrativo, con sus ensayos, fallidos
y exitosos, fuera el gran secreto de la prosperidad del Perú actual. Quizá,
como el mismo Vergara dice, no han leído bien las coyunturas, ni a Acemoglu y
Robinson, y no han combatido las instituciones extractivas sino más bien las
han consolidado.
Esto
en el caso de que la historia se hiciera desde arriba, desde los grandes
proyectos políticos, como el militarismo, el civilismo, todos los que terminaron
en 1919. Jorge Basadre, desafortunadamente, nunca dividió nuestra historia
moderna en repúblicas, como lo han hecho los franceses, que ahora andan en su
quinta república.
De
ser así ahora no estaríamos en ese afán de pedir más republicanismo, ese orden
que nació en 1821, como una metáfora, como si hubiera caducado el AncienRégime
colonial. Más bien me parece que ese orden anterior, de dos repúblicas en la
colonia y de una dividida en la República, ambas basadas en el privilegio de
los notables, que se administraba desde arriba para privilegiar a unos pocos y
casi contra los de abajo, continuó intacto hasta 1919.
Tanto
es así que la constitución de 1860, que duró hasta 1920 -la más longeva-, que
no reconocía la existencia del ciudadano indígena, estuvo vigente hasta el
inicio de la Patria Nueva de Augusto B. Leguía, en que la nueva constitución
reconoció la existencia del indígena, su cultura, sus organizaciones, su
condición ciudadana y la manera singular de organizar sus propiedades,
anunciando así el nacimiento del Perú contemporáneo, por la fuerza de las
amplias mayorías, las nuevas clases medias que surgieron en muchas ciudades del
país, los nuevos intelectuales, el pensamiento crítico y los nuevos partidos
políticos que enarbolaron nuevas banderas para pensar el Perú de una manera
diferente.
Lo
que surgió no es un nuevo republicanismo, sino un nuevo país, una nueva nación,
que exige una nueva república, se asoma con miles de nuevos rostros, en toda su
multiplicidad, que demandaba y demanda, políticas públicas que promuevan una
mejor educación, salud, seguridad civil y una ciudadanía universal.
Este
es el balance que tenemos que hacer y responder a la pregunta: ¿Qué es lo ha
fallado en la construcción de esta nación, de este país, más allá de un republicanismo
que ha sido puesto al servició de élites políticas y sociales que han buscado
enriquecerse en lugar de enriquecer al país? Es el momento, ahora que parece
iniciarse un nuevo período en nuestra historia, de liquidar la corrupción, de
ensayar un balance y aceptar que necesitamos inaugurar una nueva etapa, con un
reconocimiento de nuestras fortalezas, debilidades, limitaciones, para mirar el
camino recorrido y a partir de allí construir el nuevo Perú.
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