sábado, 6 de julio de 2019

Una muerte y un nuevo Perú que asoma



Escribe: Manuel Burga (IDEELE REVISTA Nº 285).

El 17 de abril, víspera del feriado de Semana Santa, en medio de una reunión muy mañanera con Francisco Durán y Jesús Cosamalón para definir detalles del volumen 6 de Una Nueva Historia del Perú Republicano, hacia las 9:50 am, Twitter nos confirmó la noticia de la muerte violenta de Alan García como consecuencia de un disparo en la cabeza que él mismo se había propinado para evitar el encuentro, aparentemente inopinado, con la aguerrida Fiscalía actual.
Mi primera sensación fue la sorpresa, luego consternación y tristeza. Llegué a mi centro de trabajo, al Lugar de la Memoria, la Tolerancia y la Inclusión Social – LUM, y encontré a mucha gente, que trabaja conmigo, desconcertada y también consternada por lo sucedido. En la tarde, cumpliendo un mandato gubernamental, izamos la bandera a media asta. Lo hicimos inmediatamente, para acompañar el sentimiento nacional de sorpresa y duelo en todo el país. Ahora que IDL me pide unas reflexiones al respecto no quisiera volver a esas circunstancias, sino aprovechar la ocasión para mirar a la historia, con la finalidad de fijarla en el pasado, volverla memoria viva, y proponer así una mirada nueva hacia el futuro.
¿POR QUÉ TANTAS VECES ACUSADO?
¿Qué puedo decir de original sobre este tema, tantas veces acusado, más de lo que persistentemente Pedro Cateriano presenta en su libro, El Caso García, donde analiza lo que muchas veces había escuchado en los rumores limeños y que Rocío La Rosa Vásquez, en Una vida política marcada por la polémica, resume en los 10 casos más famosos de los que siempre salió airoso, sin considerar por supuesto el décimo, ODEBRECHT?
Ninguna acusación prosperó sobre los nueve primeros, multiplicando así los rumores, hasta casi demoler la imagen de ese personaje polémico, singular, como él hubiera querido pasar a la historia peruana.
No sé cuántas veces escuché la historia de Sergio Siragusa y las entregas en efectivo en Palacio. Igual que la de su traslado a la UNMSM para concluir sus estudios de Derecho sin mayores dificultades.
Así como escuché tantas versiones de esa orden verbal, casi proferida en un Consejo de Ministros de junio de 1986 (“MÁTENLOS”), para terminar con la insurrección de SL en los penales Frontón, Lurigancho y Santa Bárbara, que de ser cierta ya anunciaba ese desequilibrio que luego lo comprobamos públicamente con el puntapié propinado a un pobre manifestante frente a la misma Casa del Pueblo. Con su suicidio, todo esto puede quedar en los expedientes judiciales y en las mentalidades populares; o quizá lo sepamos, cuando todos estos afanes contra la corrupción concluyan, para el saneamiento de nuestra alma nacional, como diría Ernest Renan.
UNA METAMORFOSIS DIFÍCIL DE EXPLICAR
No me llamó la atención que en el año 1990, cuando concluía su desastroso primer mandato, apoyara la candidatura de Alberto Fujimori, sumándose a las corrientes populares para impedir la llegada de Mario Vargas Llosa al poder con FREDEMO, que prometía, acorde con el tiempo, una cirugía liberal para sanear la maltrecha economía nacional.
Ganó Fujimori, con el apoyo del APRA y de la izquierda democrática de entonces, y muy pronto, contraviniendo todas las promesas y todos los pronósticos, el fujimorismo en el poder puso en marcha una suerte de “aplanadora neoliberal” para superar el período de AGP y para iniciar el de la “victoriosa” República empresarial.
En abril de 1992, luego del famoso autogolpe, AGP hábilmente se refugió en la Embajada de Colombia, para muy pronto partir al exilio, en donde permaneció hasta inicios del 2001, y cuando sus juicios habían prescrito, lanzó su estentórea y poética candidatura, pasando a la segunda vuelta en la que perdió por escaso margen.
En esta elección, por las cargas emocionales en juego, el APRA recibe el apoyo del fujimorismo y se comienza a construir primero un acercamiento, luego una cooperación disimulada, para finalmente convertirse en aliados congresales.
No tenemos que sorprendernos por esa desconcertante evolución de AGP, la que se hizo evidente y pública cuando en las elecciones del 2016 se presentaba en los mítines con personajes del PPC. El resultado electoral fue el primer gran golpe político y psicológico, y gracias a una maniobra, no sé si corrupta, del Jurado Nacional de Elecciones, el APRA no perdió su inscripción electoral como partido.
Ingresaron con cinco congresistas, suficiente para construir una férrea mayoría aprofujimorista, imbatible, sólida, politiquera, decidida a gobernar el país y cobrarse la venganza contra PPK, empujándolo a la renuncia.
Esta mayoría nos hace recordar a aquella de mediados de los años 1960, la Coalición del pueblo APRA – odriísmo, que era sustentada, justificada y enaltecida en las plazas públicas por Haya de la Torre: el Congreso como el primer poder del Estado, capaz de censurar y destituir ministros del presidente Fernando Belaunde hasta por cuestiones semánticas que nadie entendía.
¿Cómo es que se produce esta metamorfosis del APRA, entre 2006 y 2019, de una Alianza Popular Revolucionaria Americana, que luchaba hasta por una sociedad laica, en un partido de derecha, no tecnocrática, sino populista, conservadora y hasta reaccionaria?
Una explicación podría ser una mala lectura de la coyuntura política, como le sucedió en 1985, que convirtió al APRA en un gobierno populista. Este equívoco es aún mayor desde el 2006, cuando AGP convierte al gobierno del APRA en reaccionario, antinacional, promotor del gran capital minero y agroexportador, crítico de las poblaciones nativas, de la educación pública y de la diversificación productiva.
Esta vez quizá no se trata de una mala lectura de la coyuntura mundial, sino de la fuerza demoledora de la corrupción que antepuso el interés personal del gobernante, los manejos corruptos de las políticas públicas, por delante de los intereses de la nación.
¿Pero cómo sucedió esta metamorfosis, cómo se convirtió en proempresarial, apasionado creyente, que se postraba ante el Cristo del Morro Solar, cuando carecía de un proyecto de país en medio de la gangrena de la corrupción que hacía perder cualquier lógica y racionalidad en la gestión pública? Cada uno de los lectores podrá sacar sus propias conclusiones.
NO MALA LECTURA DE LA COYUNTURA, SINO DE LA HISTORIA
Me llama la atención la insistencia de Alberto Vergara en sus últimos artículos, como el de El Comercio, La República no llega sola, en afirmar que la República se construye poco a poco y que los últimos exgobernantes, de Fujimori a PPK, no han contribuido en casi nada a construir ese proyecto, como si un buen ordenamiento republicano, político y administrativo, con sus ensayos, fallidos y exitosos, fuera el gran secreto de la prosperidad del Perú actual. Quizá, como el mismo Vergara dice, no han leído bien las coyunturas, ni a Acemoglu y Robinson, y no han combatido las instituciones extractivas sino más bien las han consolidado.
Esto en el caso de que la historia se hiciera desde arriba, desde los grandes proyectos políticos, como el militarismo, el civilismo, todos los que terminaron en 1919. Jorge Basadre, desafortunadamente, nunca dividió nuestra historia moderna en repúblicas, como lo han hecho los franceses, que ahora andan en su quinta república.
De ser así ahora no estaríamos en ese afán de pedir más republicanismo, ese orden que nació en 1821, como una metáfora, como si hubiera caducado el AncienRégime colonial. Más bien me parece que ese orden anterior, de dos repúblicas en la colonia y de una dividida en la República, ambas basadas en el privilegio de los notables, que se administraba desde arriba para privilegiar a unos pocos y casi contra los de abajo, continuó intacto hasta 1919.
Tanto es así que la constitución de 1860, que duró hasta 1920 -la más longeva-, que no reconocía la existencia del ciudadano indígena, estuvo vigente hasta el inicio de la Patria Nueva de Augusto B. Leguía, en que la nueva constitución reconoció la existencia del indígena, su cultura, sus organizaciones, su condición ciudadana y la manera singular de organizar sus propiedades, anunciando así el nacimiento del Perú contemporáneo, por la fuerza de las amplias mayorías, las nuevas clases medias que surgieron en muchas ciudades del país, los nuevos intelectuales, el pensamiento crítico y los nuevos partidos políticos que enarbolaron nuevas banderas para pensar el Perú de una manera diferente.
Lo que surgió no es un nuevo republicanismo, sino un nuevo país, una nueva nación, que exige una nueva república, se asoma con miles de nuevos rostros, en toda su multiplicidad, que demandaba y demanda, políticas públicas que promuevan una mejor educación, salud, seguridad civil y una ciudadanía universal.
Este es el balance que tenemos que hacer y responder a la pregunta: ¿Qué es lo ha fallado en la construcción de esta nación, de este país, más allá de un republicanismo que ha sido puesto al servició de élites políticas y sociales que han buscado enriquecerse en lugar de enriquecer al país? Es el momento, ahora que parece iniciarse un nuevo período en nuestra historia, de liquidar la corrupción, de ensayar un balance y aceptar que necesitamos inaugurar una nueva etapa, con un reconocimiento de nuestras fortalezas, debilidades, limitaciones, para mirar el camino recorrido y a partir de allí construir el nuevo Perú.

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