Escribe: Nelson Manrique
El
día 7 de octubre de 1967 el pequeño destacamento guerrillero de Ernesto Che
Guevara llegó a Vallegrande. Estaban atormentados por la sed y buscaban alguna
fuente de agua mientras jugaban al gato y el ratón con los destacamentos
militares que estaban tras sus huellas. Una serie de desastres había dejado al
pequeño grupo aislado, cargando con un enfermo y con el Che debilitado por su
asma crónica, incontrolable cuando no disponía de los medicamentos que necesitaba.
En
la última anotación en el diario que llevó puntualmente durante los 11 meses
que estuvo en campaña, el Che contó que se encontraron con una anciana
campesina que arreaba sus cabras. La anciana contestó con evasivas a las
preguntas que le hicieron, alegando que ella no sabía nada. La dejaron ir; uno
de los guerrilleros le dio 50 pesos y ella juró que no diría nada. El Che anotó
en su diario con resignación que era muy improbable que ella cumpliera su
palabra.
Hicieron
contacto con las tropas gubernamentales a las 13:30 y en el tiroteo los
guerrilleros quedaron dispersos, tratando de salir de una hondonada para
dirigirse al punto que tenían señalado para reagruparse. El arma del Che
Guevara quedó inutilizada por un disparo y él fue herido en una pierna,
quedando impedido de caminar sin ayuda. Así fue capturado vivo. Dialogó con
Félix Rodríguez un agente de la CIA, integrante del contingente de cubanos de
Miami que intentó la fallida invasión a Cuba que naufragó en Bahía de Cochinos.
Rodríguez había adquirido adicionalmente experiencia en Vietnam y otras
acciones de la agencia y había sido enviado para asesorar al ejército
boliviano. Se preciaba de ser el hombre que capturó al Che. Ese honor se lo
disputaba Klaus Barbie, “el carnicero de Lyon”, conocido así porque durante la
Segunda Guerra Mundial fue el jefe de la Gestapo en esa ciudad y entre muchos
otros crímenes asesinó en tortura a Jean Moulin, el héroe de la resistencia
francesa. Barbie dirigió la red nazi instalada en América Latina por los antiguos
oficiales de la Gestapo reciclados por la CIA luego de la Segunda Guerra
Mundial, que los reclutó para combatir contra los comunistas, facilitándoles
luego abandonar los Estados Unidos e instalarse en América Latina con otras
identidades. Barbie (según todas las evidencias comprometido también en el
asesinato del magnate pesquero peruano Luis Banchero Rossi) llegó a coronel de
las Fuerzas Armadas bolivianas por el papel que cumplió como instructor de los
militares bolivianos en la guerra contrasubversiva y alegaba también haber sido
un protagonista clave de la captura del Che.
El
Che herido estuvo cautivo un día en la escuela del pueblo de La Higuera, hasta
que llegó la orden de ejecutarlo. Un soldado cualquiera, Mario Terán, recibió
el encargo de Félix Rodríguez, que le dijo que no debía darle un tiro en la
cabeza porque ya habían corrido la versión de que había sido herido en combate
y querían hacer creer que había muerto por sus heridas. Terán entró al cuarto
donde estaba recluido el Che y le disparó una ráfaga al cuerpo.
El
resto es historia. El Che se convirtió en uno de los más grandes iconos
contemporáneos al que se le canta en todos los idiomas. Eduardo Galeano
afirmaba que El Che era un hombre que decía lo que pensaba y hacía lo que
decía, algo muy raro por estos lares. Esa coherencia total entre ideales y
acciones, esa ética del ascetismo y el sacrificio por construir un mundo mejor
fascina y lo hace siempre vigente, a pesar de la sostenida campaña por
mercantilizar su imagen y banalizarla como simple objeto de consumo.
Suele
insistirse en los errores que el Che cometió, pero no es por ellos que se le
odia sino por lo que su ejemplo encarna: el compromiso vital en la lucha por la
dignidad y enfrentando a los enemigos más poderosos de la tierra, su convicción
de que del barro humano pueden surgir hombres y mujeres nuevos, provistos de
una nueva ética, en las antípodas del chato mercantilismo que el neoliberalismo
ofrece como el único horizonte posible para los seres humanos y de la
corrupción que este engendra. Los intentos de destruir lo que él representa
tienen 50 años, pero no han podido con el ejemplo de ese médico asmático,
sensible, capaz de sentir el sufrimiento ajeno como propio.
El
Che pensó inicialmente instalar su guerrilla en el Perú. En su formación
influyeron decisivamente los peruanos Hilda Gadea, su primera esposa, y el
doctor Hugo Pesce, amigo y compañero de José Carlos Mariátegui, a quien el Che
reconoció una gran deuda intelectual. Murieron junto con él tres peruanos: Juan
Pablo Chang, el doctor Restituto José Cabrera y el huancaíno Lucio Galván.
Mataron al hombre y dieron nacimiento al mito. Así El Che entró en la historia
el 9 de octubre de 1967 a las 13:10, en el pequeño pueblo de La Higuera,
Bolivia.
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