Por: Luis Flores Mostacero.
Seis de la mañana, a penas aparecían las primeras luces del nuevo día,
los tres exploradores nos juntábamos para dar inicio a nuestro objetivo, poco a
poco iban quedando atrás las últimas casas de Tembladera, teníamos que
atravesar la propiedad de la Empresa Cementos Pacasmayo, por suerte en la
garita no nos hicieron ningún inconveniente, continuamos por la carretera de la
mencionada empresa hasta cruzar el cauce de la Quebrada Honda, luego por una loma
arcillosa, de mucha pendiente, ascendimos; paso a paso se observaba en su
máxima extensión nuestro querido pueblo, a medida que avanzábamos, más
pronunciada se hacía la cuesta, hasta que estuvimos casi al pie de nuestro
principal objetivo, las neblinas merodeaban por nuestro contorno y así, entre
achupallas, gualtacos y piedras escalamos el último tramo hasta alcanzar la
cima de la Peña Blanca, aproximadamente dentro de tres horas estuvimos
apreciando la maravilla de la naturaleza, desde lo alto, desde más de mil cien
metros de altura, observábamos Tembladera, la Represa Gallito Ciego, la cuenca
de la Quebrada Honda, un cielo nublado, los cerros cubiertos de constante
neblina, como si quisieran ocultar su misterio, aun así se hacían las
impresiones fotográficas, tratando de grabar la majestuosidad pétrea de la
famosa Peña Blanca, que todos los tembladerinos observan desde cualquier calle,
a ese enigmático fenómeno de la naturaleza, con rostro humano.
La melodía de las aves canoras daba un ambiente de encanto a la pasividad
de ese exótico lugar; como si se acostumbrara a nuestra presencia, poco se
fueron replegando las nieblas a la altura, mientras bandadas de loros en las
lejanas peñas nos recibían con clásico griterío, cuculas, santa rosas, todos
cantaban a lo que mejor podían, después de recorrer la extensión de la peña y
llevar las mejores imágenes en nuestra ya muy trabajada cámara fotográfica,
empezamos el descenso por la parte norte, por un camino hecho por los animales
que pastan por esos lugares; atravesamos las faldas de los cerros contiguos,
para después empezar una bajada zigzagueante, acompañados por el canto de los
chiscos, que desde luego estrenan su amplísimo repertorio y nunca, nunca
repiten un canto, llegamos a la quebrada, donde verdes espinos nos esperaban
con su fresca sombra, continuando nuestro camino descendimos por la Quebrada
abajo, al promediar las once de la mañana, llegamos al conocido Higuerón que en
un tiempo atrás, era visitado por gran cantidad de tembladerinos en época de
Semana Santa, Víctor nos relató que después de cuarenta
años volvía por esos lugares de añoranza, después de un leve descanso
emprendimos nuestro regreso llegando a Tembladera cerca de las doce y treinta…
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